El error estético de Nuovo Cinema Paradiso



Rodolfo Napurí


La experiencia cinematográfica solo ocurre cuando vemos una película, no antes, no después: solo cuando el film y el espectador coinciden en la cita, que muchas veces es una cita a ciegas. 

Nuovo Cinema Paradiso no es una historia de esta cita. Es, más bien, el recuerdo de las circunstancias alrededor de una supuesta cita con el cine que, en realidad, nunca se da. No se trata de la relación film-espectador, sino de la relación de un niño y un proyectista. Esta relación tiene como escenario el cuarto de proyección donde trabaja Alfredo. Es la relación entre ellos lo que importa, que no depende del amor que uno u otro o ambos tengan por el cine, o que carezcan de ese amor. De hecho, Alfredo no entiende nada y Salvatore termina como productor, no como director o actor. Está en el negocio del cine no por amor al cine, sino por su dependencia con su pasado asociado a una sala de cine.





Cuando ve la edición de los pedazos de film recortados por el cura, llora por Alfredo, llora por Elena, llora por él. No llora por lo que ve (una sucesión de imágenes donde predominan labios y besos, random style). No es un cinéfilo, porque no ve lo que, más bien, sí ven los espectadores de la película de Tornatore en esa escena. Solo los espectadores, no Salvatore, hacen la conexión, pero nos venden la falsa impresión de que las lágrimas de Salvatore son lágrimas cinéfilas. Nuovo Cinema Paradiso es una película efectista y sensiblera; en suma, sobreestimada. 








© 2016 Rodolfo Napurí



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