Rodolfo Napurí
Acabo de rever Casablanca por enésima vez y no me canso. Más allá de su
encanto (nadie ha acertado a explicarlo con claridad hasta ahora, tal
vez porque el encanto es inexplicable) y de su fama, la película se
defiende sola, airosamente. Se afirma que es la
película más citada y más copiada de todos los tiempos, que es una obra
maestra, tan bien hecha que nadie habla de Curtiz (el director) sino del
film, que los diálogos son inolvidables, que fue un producto genial del
azar. Prefiero recordar, por mi parte, que su mayor atractivo me parece
que descansa en la riqueza humana de sus personajes, tan diversos, tan ambiguos y contradictorios que bien pueden abarcar -a la
manera de Shakespeare- todo el espectro de lo posible.
Pensemos
en el capitán Renault (brillantemente interpretado por Claude Rains)
con su lado oscuro en el ejercicio del chantaje sexual y capaz de
convertirse en un héroe anónimo. Precisamente la ambigüedad de su
conducta a lo largo de todo el film lo hace muy verosímil, pues desde el
principio sospechamos que detrás de su cinismo, algo de noble hay en
él. O pensemos en Rick (el gran Humphrey Bogart en su mejor película sin
duda alguna), otro héroe anónimo, seguidor irremediable de causas
perdidas, tanto en la guerra como en el amor, pero con un pasado oscuro,
tal vez ignominioso, y que, además, no ha dejado de pensar en sí mismo y
en salvar su propio pellejo. Un crudo realista y un perdido soñador a
la vez. Al final, se imponen en ambos las circunstancias y su conducta
define el desenlace del film, en el que triunfan las causas perdidas
simbolizadas en la lucha contra la opresión nazi y en la renuncia
desinteresada que Rick hace en el plano personal, que se resuelve en la
exaltación de la amistad íntima de este buen par de sinvergüenzas
entrañables. La escena final en la que ambos observan al avión (que
simboliza la libertad y el amor, ambas cosas a la vez) alejarse
definitivamente de sus vidas mientras caminan en dirección al centro de
la pantalla, alejándose de la cámara y, por tanto, del espectador, como
si se adentraran en la niebla para no salir jamás de ella, es
simplemente conmovedora. Dos solitarios que escogen quedarse en Casablanca, un lugar sin pasado donde son inalcanzables e invulnerables.
Casablanca
Louis, I think this is the beginning of a beautiful friendship.
También
está la ambigua Ilsa (Ingrid Bergman), todo un personaje aparte, tanto
en sus palabras como en el papel que le toca representar. Los diálogos
de amor con Rick, deliberadamente imprecisos, acentúan la incertidumbre
que el espectador ya adivina. Hasta ahora me sigo preguntando en qué escenas Ingrid Bergman finge que finge y en cuáles finge que no finge (y
eso que no fue, en el balance, una extraordinaria actriz, pero
Casablanca es definitivamente su cuarto de hora de fama). Hay un lenguaje de los ojos en los planos y contraplanos entre Ilsa y Rick que está más allá de las palabras.
It doesn't take much to see that the problems of three little people don't amount to a hill of beans in this crazy world.
Si
la ambigüedad gobierna la conducta de los protagonistas, es la
transparencia la que define a los personajes secundarios. La fidelidad
de Sam, la secreta valentía del profesor, la solidaria complicidad del
barman son algunos ejemplos del gran retrato humano puesto en escena.
Tal vez este sea el secreto de Casablanca, esa delgada línea entre lo
aparente y lo cierto, esa enriquecedora imprecisión de la que está hecha
la vida y que puede estar resumida muy bien en la imagen congelada y pétrea de Rick, cuyos ojos vulnerables y asustados se encargan rápidamente de contradecir.
© 2014 Rodolfo Napurí
Of all the gin joints in all the towns in all the world, she walks into mine.
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