Rodolfo Napurí
Sunrise: A Song of Two Humans (1927) de F. W. Murnau, a diferencia de las historias de
adulterios y crímenes pasionales de los films noir que se hicieron veinte años
después, es el relato de un loco amor que no mata a nadie. Un día llega al
campo una mujer de la ciudad y un granjero con familia pierde la cabeza por
ella. Los encuentros son furtivos, clandestinos. Murnau sitúa a los amantes en
la oscuridad del campo, que en la noche es un laberinto, como la pasión que
consume al granjero. En este extraordinario plano secuencia, la cámara se sitúa, al principio,
detrás del protagonista (George O’Brien). La luna delante de él ilumina el
entorno, pero también rige los sombríos designios del encuentro con la amante
(Margaret Livingstone). El granjero se adentra en la oscuridad de la noche y la
cámara lo sigue. La vegetación le hace dar un giro a la derecha y luego dos a
la izquierda, con lo que evita los matorrales y regresa al camino, siempre con
la luna delante de él. A la izquierda del camino hay un cerco, lo sortea de un
salto y empieza a caminar en sentido opuesto, retornando sobre sus pasos, esta
vez con la luna a sus espaldas. La cámara, que está detrás del granjero, se
detiene y espera que este se aproxime. Cuando el granjero la alcanza, gira y
lo sigue. Ahora la cámara subjetiva, que está nuevamente detrás, se convierte en
el punto de vista del personaje, quien avanza guiado por una luz cada vez más
intensa conforme sale de la vegetación. Llega a un claro en el que la amante lo
espera. Una segunda luna ilumina la escena (la primera ha quedado atrás). Este
sutil detalle contamina de irrealidad el encuentro y revela que la relación es
tan imposible como dos lunas en el cielo. El sueño de los amantes es, en
realidad, una pesadilla que solo se resuelve al final del film, cuando el
amanecer o despertar (Sunrise) restituye la armonía conyugal.
© 2014 Rodolfo Napurí
Sunrise (1927) de F. W. Murnau
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