Don Juan 73 ou si Don Juan était une femme o la metamorfosis de Brigitte Bardot


Rodolfo Napurí


De cuando Roger Vadim hizo cine LGTB sin proponérselo y metió en la misma cama a Brigitte Bardot y a Jane Birkin. Jeanne (Bardot) hereda una fortuna de su padre quien, antes de morir, la maldice por su conducta promiscua y desenfrenada. Lectora insaciable, Jeanne decide ser Don Juan hecho mujer que conquista a todo hombre que conoce, para luego dejarlo en la ruina. En la seducción, es audaz, galante e infalible. En la aniquilación, es indolente, cínica y cruel. Al igual que Don Juan, es orgullosa, soberbia y ha matado a un hombre.

Sabemos su historia porque, en un momento de arrepentimiento o de suma jactancia, ella se la cuenta en flashback con lujo de detalles a su primo, que es sacerdote. Esta supuesta confesión es también una forma de seducción. Al final del relato, Jeanne, conforme a su naturaleza, se acuesta con su primo, que ha sido conquistado por el erotismo del relato, por la belleza de la prima y por la tentación del incesto. Para Jeanne, no había desmesura que la refrenara. Una vez que termina con su entorno masculino, conoce a Clara (Birkin), a quien seduce en una cabina del Night Ferry que va de París a Londres, como antes lo había hecho con Prevost, su esposo. Después del encuentro, Jeanne sacrificará todo por amor. En este punto, debo señalar que algunos han sugerido que el narcisismo de Don Juan es, en realidad, una homosexualidad reprimida. Una película sobre un Don Juan que sale del clóset no me parece una mala idea.

Don Juan 73 ou si Don Juan était une femme (1973) de Roger Vadim

La película se estrenó con el título de Don Juan 73 ou si Don Juan était une femme (1973) y fue para Vadim un intento de repetir Et Dieu… créa la femme (1956). Para Bardot, en cambio, la película no tenía nada de interesante y el rodaje lo recuerda como un tormento interminable. Al público no le gustó y el fracaso comercial de la película la llevaron a sentirse "l'actrice la moins appréciée, la plus exposée à l'ingratitude d'un public qui m'avait vénérée pendant vingt ans". Las críticas adversas, la poca acogida del film y el saber que en cuatro meses cumplía 40 años la convencieron de que era hora "de irse con elegancia". Ese año hizo una película más y, harta de los hombres, de ser un objeto sexual y de las frustraciones e insatisfacciones personales acumuladas, se retiró. Juvenal, en unos célebres versos sobre Mesalina, esposa del emperador Claudio, escribió: adhuc ardens rigidae tentigine uoluae, et lassata uiris necdum satiata recessit (Satura VI, 129-130). Lo mismo puede decirse de Jeanne/Brigitte.

Brigitte Bardot y Jane Birkin

El retiro de Brigitte Bardot debió seguir el mismo curso que el de otros actores, como Olivia de Havilland o Cary Grant: famosos en el escenario y olvidados fuera de ellos. Pero no ha sido así. A pesar del tiempo transcurrido, Bardot no ha dejado de ser un símbolo sexual. Puede encontrarse una foto de ella en el cuarto de un adolescente junto a otra de Scarlett Johansson o Anne Hathaway. Sin embargo, los símbolos sexuales son circunstanciales, representan una época, moda o tendencia y dejan de ser símbolos fuera de su circunstancia histórica, como ocurre con Mae West, Lana Turner, Jane Russell, Twiggy, Farrah Fawcett, Kim Basinger o Charlize Theron. En el caso de Brigitte Bardot no hay nada de circunstancial, sino todo lo contrario. No representa una época, es la imagen suma de la belleza imperecedera, aquella que el tiempo no marchita. Ha dejado de ser una celebridad, una film star y se ha convertido en objeto de culto.

Alguien dijo una vez que la desgracia mayor de Bob Dylan es no haberse muerto joven. El talento y la genialidad interrumpida muy pronto, lo que no pudo ser. ¿Por qué ellos y no los prescindibles? El culto a Janis Joplin, Selena o Amy Winehouse se debe básicamente a esa circunstancia. Lo mismo pasa en el cine: Jean Harlow, Natalie Wood o Romy Schneider. Sin embargo, el caso del culto a Brigitte Bardot es extraño y hasta misterioso, porque es tan venerada como Marilyn Monroe y, sin embargo, sigue entre los vivos, exiliada en su casa y rodeada de animales. Nunca se ha hecho una cirugía estética, que es una forma de aceptar el paso del tiempo, como si quisiera que el mundo la vea vieja como lo es ahora y que así la recuerden. Es la negación de su propio culto, pero ella ni nadie pueden desaparecerlo.

Los cultos se alimentan de la ausencia y del recuerdo. Con el tiempo, la ausencia se transforma en veneración y el recuerdo en ficción. Quienes en vida la admiraban, en muerte solo tienen el testimonio gráfico de su existencia: fotografías, películas, periódicos y revistas. Estas imágenes, que también son espectros, son una suerte de huella dejada por la encarnación de la belleza en su paso por este mundo. Para sus admiradores, sin embargo, estas huellas no son imágenes de ella, son ella. No son más el retrato de la actriz en vida, sino de la actriz cuya muerte la volvió inmune a los deterioros del tiempo, inalterable, intocable, inalcanzable, inmortal. Para que la metamorfosis sea completa, la historia de su vida sigue el mismo proceso: la imaginación colectiva transforma la biografía en leyenda, que se evidencia en los relatos ficcionales que circulan de boca en boca y de un medio gráfico o mediático a otro, y que son indiscutibles e incuestionables. Una vez transformada en ícono y leyenda, aparece el culto, cuyos ritos, que se repiten de una generación a otra, usan como soporte estos dos elementos: ahora puede el admirador tenerla colgada en la pared de su casa, llevarla como estampita en su bolsillo y repetir una y otra vez lo que sabe de ella, de la misma manera que los creyentes repiten pasajes del libro sagrado y veneran a la virgen que tienen colgada en su casa o en su cuello.

El culto a Brigitte Bardot no es distinto de los otros: la persona no murió, pero sí la venerada actriz, a los 39 años, cuando desapareció de los escenarios. El autoexilio de Bardot fue un suicidio simbólico, la autodestrucción de la actriz, de la modelo y del símbolo sexual que todos deseaban que fuera, menos ella, Por eso su acto es equiparable al suicidio de Marilyn Monroe. En ambos casos, el acto suicida representa la muerte de la actriz y el nacimiento del culto. Estas metamorfosis son semejantes a las que forman parte de la mitología antigua. Hombres y mujeres de excepcional belleza y amados al extremo, al momento de su muerte, fueron transformados por sus amantes en objetos hermosos o imperecederos. Apolo convirtió la sangre del bello Jacinto en flor, así como Venus lo hizo con la sangre de su amado Adonis. Más ilustrativa es la metamorfosis de Andrómeda, que, a su muerte, fue elevada por Atenea hasta las estrellas y la convirtió en una constelación.

El culto, con el tiempo, devendrá en mito. No me sorprendería que, en el futuro, la metamorfosis continúe y transforme el mito en religión. Entonces Brigitte y Marilyn no serán más imágenes elusivas, sino verdaderas santas, como lo fue Beatrice Portinari para Dante.

© 2014 Rodolfo Napurí






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